Todavía recuerdo cuando Francis Fukuyama anunció la teoría ( luego desmontada) del fin de la Historia y, más adelante, como desde los sectores más conservadores de la intelectualidad trataron de imponer la propuesta de que vivimos en momentos de tal desideologización. Intentos en los que se pretenden borrar las barreras entre la derecha y la izquierda ( algo, por cierto, poco original: que se acuerden los más mayores cuando Franco aconsejaba a sus “súbditos” no meterse en política).
Por eso, me parece interesante insistir, precisamente analizando pormenorizadamente los acontecimientos de la más candente actualidad, que, siguiendo al profesor Paul Auster, existen claras líneas divisorias entre la izquierda y la derecha.
Entre otras, la siempre pregonada supremacía de las élites por parte de la derecha frente al anhelo de igualdad que persigue la izquierda.
El ansía de progreso, de constante cambio o transformación, llamémosle si queremos evolución, que está detrás de todos los programas de la izquierda. En frente, la reacción, el conservadurismo, el estarnos quietos o el inmovilismo que suele caracterizar a la mayoría de las proclamas de la derecha a lo largo del tiempo.
Si hacemos un recorrido histórico, al menos desde el siglo XIX, lo que mejor define a las posiciones de izquierdas es la Democracia, mientras que las derechas han estado presentes en buena parte de los posicionamientos más autoritarios. Es más, les ha costado ( y mucho en ocasiones) aceptar el parlamentarismo).
Por eso no es ninguna tontería, ni necedad, insistir en que, dentro de lo legítimo que puede resultar mantener y defender una ideología, sí que existen hoy en día muchas diferencias entre la izquierda y la derecha.
Los más modernos tratadistas hablan de modelos. Y tienen razón. Es evidente que escrutando las políticas llevadas a cabo desde los gobiernos, al margen de intentar poner orden a la hora de llevar a cabo las líneas programáticas anunciadas antes de una convocatoria electoral, o las subsiguientes a un pacto con fuerzas políticas similares, se intentan desarrollar actuaciomes impregnadas de ideología.
Por consiguiente, queda claro que no es lo mismo una política fiscal que exime del pago a las rentas más altas, que otra que prima que paguen menos impuestos los que tienen menor renta disponible.
No es lo mismo avanzar en la universalización de beneficios para todos en educación, sanidad o dependencia que aquellos que propugnan que el que “lo quiera lo pague”.
No es lo mismo la solidaridad con los más desfavorecidos, vengan de donde vengan, que aquellos que consideran los gastos en cooperación superfluos.
No es lo mismo eliminar las iniciativas que reivindican los valores democráticos, que inventar nuevas normas que profundicen en supuestos agravios.
Sí, claro que siguen existiendo diferencias ideológicas. Si, claro que sigue existiendo la derecha y la izquierda.
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